9 de abril de 2008

“Los escritores no somos gente mentalmente sana”

Sentado junto a una mesa del bar Malas Artes, Federico Andahazi toma su café. Está cambiado: ese look rebelde que se apreciaba en la foto de la contratapa de su libro El Anatomista, ya no existe. Ahora tiene el pelo corto y está más delgado.
A pesar de que su último libro, El Conquistador, ganara el Premio Planeta de Novela en 2006 y fuera un éxito de ventas, Andahazi no se considera un escritor consagrado.

-Dejó el psicoanálisis para dedicarse por completo a escribir. ¿La literatura es una terapia?

Más que una terapia, diría que es un síntoma. Me parece que es una formación del inconsciente; es sintomático y una demostración de que los escritores no somos gente mentalmente sana. La literatura es un síntoma de algo que no funciona bien. Para mí, la escritura se convirtió en un momento en una necesidad muy grande y, en un punto, veía que no podía convivir tan fácilmente con el psicoanálisis.

-¿Por qué muchos de sus libros terminan mal?

No se escribir finales felices. Yo entiendo que los finales de mis libros están inspirados en las tragedias griegas. Tal vez por mi formación psicoanalítica, mi narrativa tenga cierta tendencia a un final desolador, trágico.

-Los personajes femeninos suelen tener personalidades muy fuertes, como Mona Sofía en El Anatomista, o Keiko en El Conquistador. ¿Por qué?

En mis libros hay una reivindicación de la mujer y de resaltar ese espíritu libre que creo que existe en todas ellas, como Mona Sofía, que hasta el final muestra esa rebelión de no dejarse domesticar. Lo que sobrevive en mis personajes femeninos es la dignidad. Lo que define a los personajes de una novela es lo que sobrevive de ellos. Lo que dejan mis personajes femeninos es la dignidad.

-Tanto en El Anatomista, La ciudad de los herejes, como El Conquistador, pone en tela de juicio a la Iglesia, ¿cómo es su postura ante la religión?

Creo que es un conjunto dogmático de superstición. Me asombra esa diferencia que hay entre la figura de Cristo y la de Dios; uno habla del perdón y el otro es una empresa altamente vengativa que condena a todos los que no cumplan con su dogma a vivir eternamente en el infierno. No se por qué el placer suscita tanto desprecio y es tan condenado por la Iglesia. El placer es lo que hace que la vida sea agradable frente a la idea de la muerte. La religión nos chantajea con eso: de acuerdo a cómo nos portemos en esta fracción de segundo que es esta vida, depende toda nuestra eternidad. Creo que es algo muy desproporcionado.

-La historia de El Príncipe pareciera que se refiere a al ex presidente Carlos Menem, ¿está inspirado en él?

Es curioso porque aquí El Príncipe se interpretó como una sátira al menemismo. En otros países como México, Perú y Brasil, también se asumió que era una sátira sobre sus respectivos presidentes. La historia está inspirada en muchos de ellos. El personaje es una síntesis de todos estos políticos neoliberales de América Latina.

-La ambición por el poder está manifiesta en varias de sus obras, ¿A qué se debe?

Muchos dicen que la literatura no tiene ninguna función. Creo que la literatura no tiene un fin predeterminado pero encuentro que cada libro sí tiene un propósito particular. En El Anatomista, El Príncipe, La Ciudad de los Herejes y también en El Conquistador, la función es ejercer cierta mirada crítica sobre el ejercicio y la ambición del poder. No digo que el objetivo de la literatura sea denunciarlo, pero creo que en algunos de mis libros el propósito sí lo es.

Laura Olmos

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